Semana 1: El primer paso de un largo viaje
Este
es mi cuarto mes de embarazo. La cena ha sido algo movida, mi pareja y yo no
nos poníamos de acuerdo. Hemos decidido echarlo a suertes, he ganado yo y ella
ha consentido. Al fin sabremos el sexo del bebé.
Cuando
ambos hemos puesto nuestras huellas en la pantalla para firmar el consentimiento
al informe de sexo he llorado de emoción. Creo que tengo las hormonas
alteradas, se lo tendré que decir a nuestro Guía para que me ajuste la
medicación si es necesario.
Ahora,
en la cama, esperando que el sueño me invada, me siento a punto de estallar,
los nervios no me dejan pegar ojo y, por si fuera poco, mi pareja no hace más
que hablar en sueños.
Lo
cierto es que estos últimos dos años han sido una verdadera odisea. Cuando mi
pareja y yo decidimos tener un hijo, la primera duda que nos asaltó fue si nos
concederían el permiso de Nacimiento. La sobrepoblación está controlada
rigurosamente y en aquél momento no teníamos datos de cuántos niños iban a
permitir traer al mundo en este próximo 2103.
Sabíamos
que cumplíamos los requisitos requeridos: trabajo estable e ingresos, más que
suficientes; vivienda propia; ambos estamos afiliados al partido; ninguno hemos
tenido hijos con anterioridad; tenemos un historial familiar limpio de
enfermedades, malformaciones, discapacidades y delitos contra el estado, el
partido o la sociedad; ambos luchamos por la secesión hace años; en definitiva,
somos patriotas productivos, necesarios y fieles al régimen.
No
había forma, si el gobierno rechazaba la solicitud no sería por que no
cumpliéramos las exigencias requeridas por ley, pero, cabía la posibilidad de
que se hubieran presentado demasiadas solicitudes para 2103 o que los
nacimientos permitidos fueran escasos, incluso ninguno.
Aquello
me aterraba. El no poder contribuir a nuestra sociedad trayendo savia nueva,
como patriota, era algo que no podía permitir. Pero, por suerte, no fue así. En
poco menos de tres semanas nos comunicaron que habíamos sido seleccionados. Aún
recuerdo la cara de felicidad que puso nuestra familia cuando le dijimos que la
solicitud había tenido contestación positiva. Los besos y abrazos, incómodos
por costumbre, nos supieron a gloria en ese momento.
Lo
cierto es que, a pesar de todo y de sentirme feliz, el miedo a que algo falle
no me ha dejado de acompañar en todo momento. La fase pre-InUtero supuso un
verdadero reto para mí.
Yo
soy La Matriz, así lo decidimos, y como tal, mi preparación debía ser más
compleja que la de mi pareja. Ambos queríamos un hijo propio, por lo que a los
dos nos controlaron y administraron la medicación precisa; tanto el óvulo como
el espermatozoide tenían que ser los idóneos para crear la mejor vida posible,
según nuestros genes, pero a La Matriz debe administrársele medicación
adicional para poder engendrar un feto sano y que cumpla con los estándares
legales.
Además,
a pesar de no ser necesario, yo quería que La Matriz se implantara por completo
dentro de mi cuerpo. En mi familia nadie había nacido InUtero hasta entonces y
para mí era un orgullo ser el primer miembro de la familia Scotto en vivir la
experiencia completa.
¡Madre
mía la de pastillas que me hicieron tomar durante todo el proceso! Que si
calcio, que si ácido fólico, que si hormonas, magnesio, colágeno y un largo
etcétera de vitaminas y proteínas. Gran parte de esa fase fue un verdadero
calvario.
Después
de la operación, La Matriz tuvo que adaptarse a mi cuerpo. Ahora la siento como
si siempre hubiera formado parte de mí, pero cuando me la injertaron, pasé
semanas enteras con fuertes dolores, pérdidas de sangre, vómitos, incluso temí
que mi cuerpo la estuviera rechazando. Por suerte, no fue así.
El
proceso recorrido hasta este momento ha sido complicado, es cierto, y el miedo
a que haya algún fallo sigue estando ahí, pero no me arrepiento de la decisión
tomada.
Cuando
tuvieron que hurgar en mi cerebro tuve algunas dudas, eso sí. Comprendía que
era necesario que mis neuronas respondieran positivamente al implante del Nanochip;
éste iba a controlar el buen desarrollo del feto, pero una operación de ese
calibre me asustaba, incluso más que el injerto de La Matriz. Temía que aquel
mecanismo diminuto en forma de lágrima pudiera alterar mis sentidos, que no
pudiera caminar o que me afectara al habla. Se habían dado casos de personas incapacitadas
por culpa de un mal implante. Mi Guía me tranquilizó, asegurándome que, una vez
tuviera al embrión dentro, no me arrepentiría de haberme metido en la
experiencia InUtero completa.
Por
supuesto, ahora sé a qué se refería. Es una experiencia que hay que vivir para
entenderla en toda su grandeza.
Tras
el largo proceso de adaptación al implante del chip y de La Matriz, vino el
momento tan deseado por mi pareja y yo, el implante del embrión, que fue un
éxito rotundo a la primera. Al día siguiente de tenerlo dentro de La Matriz, ya
pude notar, gracias al Nano, como las células se dividían iniciando el
recorrido para formar a un ser humano. Es una sensación indescriptible, es una
energía cálida y bulliciosa, la vida misma atravesando mis terminaciones nerviosas
y agitando mi cerebro, como el líquido efervescente de un refresco acelera las
papilas gustativas. Cada día que pasaba estaba lleno de sensaciones nuevas. A
veces creía que iba a estallar, que las emociones y sentimientos que estaba
experimentando podían hacerme perder el control, que enloquecería con tanta
vida llenando mi cuerpo.
Tras
algunas semanas de intensa agitación, logré acostumbrarme. Creo que mi Guía
estuvo a punto de despedirse, tantas fueron las noches en las que le llamé para
consultar dudas sobre todo lo que estaba experimentando.
Mi
pareja, por el contrario, soportó todo mi desconcierto con estoicismo y una
persistente sonrisa. No hay duda, ha sido mi gran apoyo, la fuerza que me ha
ayudado a sobrellevar con positivismo todo este proceso.
Ahora,
con todo ya funcionando sin problemas, los nervios me asaltan sobretodo de noche,
pero esta ansiedad es distinta, ya no nace del miedo sino de la urgencia, de la
necesidad de tener ya a mi hijo, de verlo, de acariciarlo, de cuidarlo.
Son
las tres de la madrugada. Mi pareja parece haber acabado su plática noctámbula
con Morfeo y duerme relajada, en silencio. Noto al feto moverse, creo que está
algo tenso, me paso las manos por el vientre abultado. Gracias al Nano puedo
transmitir al bebé ondas relajantes y sé que él puede sentirlas, estamos
conectados como si ambos fuéramos uno solo, aunque creo que hoy no lo consigo
del todo. Espero que el feto sepa que estos nervios son solo la emoción de un
padre primerizo ansioso por saber el sexo del hijo que está engendrando. Sea
como sea, ya sea XX como mi pareja o XY como yo, su nombre será Andrea.
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