Semana 3: Estaciones del año
Hace años que desapareció el
invierno, de repente un día se alejó. Atrás quedaron los meses de nieve, de
viento, de frío. De sentir el alma encogida en los días sin sol. Ya no me preocupo
por la escasez de comida ni por la escarcha que enfría los huesos. Ahora no veo
más árboles desnudos, ni hay aludes de los que huir. No, hace años que no
siento el pelaje gélido sobre los hombros, ni el vapor cálido que abandona mi
hocico moteado de nieve. Ya no busco refugio, no me resguardo del vendaval, no
escarbo en el suelo en busca de agua. No temo andar sobre el hielo del lago ni
caer en un río torrencial. Ya no hay lago, ni bosque, ni río. No más montañas
nevadas, ni nubes blancas. Atrás quedaron las noches bajo la aurora boreal. Ya
no palpitan las estrellas, ni puede la luna escuchar mi aullido. No más
madrugadas en el arroyo, el sol ya no derrite ni puede deslumbrar. Ya no hay
rocío cubriendo las hojas, ni copos de nieve danzando entre niebla. Ya no me
embriago con el aroma del lobo que fue mi pareja ni oigo el alegre ladrido de
la camada que protegía. Tampoco las voces de la jauría ni los disparos del
cazador. Todo desapareció de pronto, como la sangre que me avivaba, que también
se alejó. Como aquellos inviernos en lo salvaje, épocas de grises y azules que
tanto añoro hoy.
R.C. Martínez