Escuchando ahora este álbum, después de tantos años y de tantas veces que lo he escuchado después, aún recuerdo con claridad la primera vez. De nuevo me traslado a marzo de 2007, a la oficina que en aquél momento compartía con mi madre, un pequeño despacho en el ensanche de Barcelona. Tres habitaciones llenas de archivos, mesas y estanterías repletas de carpetas y folios. Las paredes estaban amarillentas por el humo de cigarros, tanto mi madre como yo somos adictas a la nicotina. Suspendido en el ambiente, el hollín alquitranado del humo de motores que se colaba por los ventanales que daban a la calle Aragón.
Unos pocos años atrás nos
habíamos mudamos a este piso con urgencia, cuando nos subieron el alquiler en
el anterior despacho del paseo de San Juan. No tuvimos tiempo casi ni de
pintarlo. Lo decoramos sin demasiados lujos, total no era más que un despacho
modesto, aunque el suelo de baldosas de cerámica formando mosaicos geométricos
le confería cierta elegancia trasnochada, propia de muchos edificios modernistas
de la zona.
El despacho principal, que
correspondía a mi padre, el más lujosamente decorado, estaba en silencio,
cerrado y oscuro. Nos habíamos quedado solas al frente del negocio. Él había
fallecido el otoño pasado de un cáncer que llegó sin previo aviso, de manera
fulminante y nos lo había arrebatado en apenas dos meses.
La vida había dado un nuevo
giro, otra vez. Desde el nacimiento de mi hija en 2003, nada había vuelto a ser
igual. Llevaba años luchando contra una especie de depresión post parto que
quizá sea necesaria describir, sin adentrarme mucho, para entender por qué este
álbum forma parte de mi ser como si fuera yo misma: en mi interior se debatía
el terror irracional de poder hacer daño a mi hija con el inmenso amor que
sentía por ella. Eran este amor y el miedo a fallarle a ella, de hacerle daño
en algún momento, los que me habían hecho caer en una obsesión malsana que me
confundía, agotaba y horrorizaba. Aunque el psicólogo me había ayudado a
superar la ansiedad que me provocaba el miedo, la raíz de todo seguía allí,
alimentándose de mí con perseverancia pero sin hacer ruido. Me había acostumbrado
a mi obsesión, pero eso no hacía que me olvidara de ella, al contrario, era
como un enemigo al cual acabas conociendo y atacas con menor pasión pero al que
mantienes en constante vigilancia.
Aquél día era uno de tantos en
la oficina. Tras la muerte de mi padre, yo había asumido la tarea de llevar el
departamento de fiscal y contabilidad. No recuerdo los detalles con exactitud,
pero supongo que estaba pasando facturas, cuadrando balances y cosas por el
estilo. Tarea bastante rutinaria y sin demasiada necesidad de concentración.
Durante esos trabajos anodinos solía escuchar música y aquella vez había leído,
en un foro, que el álbum, protagonista de esta reseña, era una maravilla. Por
lo normal si un álbum era alabado en el foro era señal de, o bien algo grande,
o bien algo que a mí no me iba a gustar en absoluto, por lo que no sabía muy
bien qué esperar.
El género musical del álbum es
doom metal. El doom es un subgénero del metal que se caracteriza por ritmos
lentos y atmósferas densas y oscuras, incluso fúnebres, generalmente de
sonoridad grave y melancólica, bajos protagónicos, disonancias, tritonos y
acordes mayores y menores que se suelen repetir machaconamente, pero no
importa, no voy a describir técnicamente este tipo de género, primero porque de
música sé lo justo, segundo porque la música, como todas las artes requiere de
técnica, pero sobre todo requiere de sentimiento y de algo mucho más difícil de
definir que podríamos denominar ALMA y, tercero, porque este álbum en concreto,
no serviría como ejemplo de lo que es el doom, ya que lo destroza, lo traspasa
y lo redefine, la etiqueta se le queda muy, muy corta. Lo que sí tiene este
álbum, como la gran mayoría de los trabajos musicales que han hecho grande al doom,
es que rezuma alma por cada nota de su piel. (N.
de la A. Si queréis saber cómo se inició el doom metal, para haceros una idea
de lo que es el género, os invito a escuchar el tema Black Sabbath de Black Sabbath)
Y ahí estaba yo, cuadrando
balances, sumida en apatía, evitando sentir demasiado, intentando adormecer mi
miedo, evadiendo el dar alas al dolor por la pérdida de mi padre, negándome el
derecho a demostrar que me sentía hundida, porque jamás he querido ser una
persona débil, porque odio reconocer que en el fondo soy tan débil como
cualquiera y que está bien, que no pasa nada por ser imperfecta, que lo
imperfecto es hermoso. Y acciono el interruptor, suenan los primeras notas de
Watching from a Distance y no me quedó más remedio que reconocer que la gente
del foro tenía razón, que este álbum es hermoso en todos los sentidos, tan
hermoso que durante gran parte de los casi cincuenta minutos que dura el álbum
no pude evitar sentir el corazón encogido y los ojos húmedos por la emoción.
Aquella primera vez tuve la
misma sensación que, cuando de niña, me miré en un espejo y descubrí que existía,
que lo que había al otro lado del espejo no era un ser extraño, sino que era
yo, mi ser, y me quedé fascinada ante la grandeza de esa certeza. De la misma
forma supe, escuchando el álbum, que aquello que sonaba existía y tenía una
entidad propia, ajena a mí, pero, al mismo tiempo, supe que, una vez escuchadas
sus primeras notas, aquella entidad ya no me iba a ser ajena nunca más, sino
que iba a formar parte de mí misma de por vida.
Me gustaría que, si leéis esta
reseña, aun sabiendo que muchos no sois particularmente melómanos, y si lo
sois, no os sentís atraídos por este tipo de música, como digo, me gustaría que
dejarais a parte vuestros prejuicios y ahora escucharais el tema “Footprints”.
Primero cerrad lo ojos y
dejaos llevar.
¿Qué tal?
¿La habéis escuchado? ¿Cuántos
de vosotros lo han oído entero? ¿Qué os ha parecido?
Si no os la habéis puesto, si
no habéis llegado hasta el final, o si la habéis oído pero no habéis sentido
nada, ahora os pido que me sigáis leyendo y escuchéis. (N. de la A. Si la canción os ha hablado y
vosotros habéis entendido, podéis dejad de leer, porque ahora ya forma parte de
vosotros y lo que yo diga en las siguientes líneas no importa.)
Al principio el ritmo y la
sutileza de los acordes y desarmonías juegan con vosotros como si fuerais
ascuas de una hoguera que empieza a extinguirse. A veces, como ascuas que sois,
os negáis a perecer y el aire, hecho música, os obligará a avivaros, pero solo
ínfimos segundos, solo para recordaros que, al final, acabaréis por claudicar y
os apagaréis transformándoos en cenizas. Entonces, justo cuando estáis a punto
de apagar la canción y de dejar de leer, entonces suena la voz de Patrick
Walker. Es una voz profundamente imperfecta, aguda, nasal y puede que demasiado
trágica, como todo aquello que nos hace humanos, es la voz de cada uno de
nosotros, porque todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos sentido el
dolor de vivir, porque no lo neguemos vivir duele y así debe de ser, de otro
modo no tendríamos la certeza de estar viviendo.
Adentraos en esa voz, aunque
os suene estridente, impostada. Si podéis leed la letra. ¿Sentís la agonía de
este hombre?, ser humano como vosotros que se arrodilla ante la incertidumbre
de la vida y la certeza de la muerte. Que suplica luz, que necesita seguridad,
sentido, valor para afrontar el vacío de la existencia humana. Patrick, el
fuego de este álbum, canta para vivir aun con la sospecha de que no hay nada
que justifique la vida.
Patrick es el alma, escribe
las letras, es quien da vida a la melodía de la guitarra, es el ser humano que
siente a través de las notas. El corazón lo componen el bajo y la percusión.
Corazón que late con ritmos lentos y profundos, repetitivos, desacompasados a
momentos, como el mismo corazón humano, sosegado y cadencioso por lo general,
desbocado y arrítmico de repente,
excitado por las emociones pasajeras del
alma. El corazón se somete a los vaivenes del ser perdido que vibra con pasiones
y desconsuelos, que busca o se ilusiona, que llora la pérdida, que se desgarra
por vivir.
La mente son las letras.
Recomiendo leerlas como si de un poemario se tratara a pesar de que Patrick
Walker no estaría de acuerdo. (N. de la A. Patrick Walker sobre su manera de escribir: “I’ve always felt that
song lyrics should be heard, not read, and that’s through personal experience
as well.” “I care a great deal
about the sound of the words, perhaps as much as I do about their meaning”.
An Interview with Patrick Walker of 40
Watt Sun - MachineMusic.Net. 08 de agosto de 2019)
Warning son ingleses, de Essex
para más señas, por lo que Patrick escribe en inglés. Él ama la escritura, en
una entrevista confiesa que se inició en ella con escritura creativa. Escoge
cuidadosamente las palabras que escribe, para él es importante la sonoridad de
esas palabras, las frases deben tener musicalidad, el sentido es secundario,
pero no por ello menos importante, sabe lo que quiere decir y cómo quiere
decirlo. Su lírica se caracteriza por un romanticismo trágico y una búsqueda
constante del ser. Generalmente escribe en primera persona. Sus letras implican
a alguien más, no queda claro si le habla a una persona amada o a sí mismo. Cada
una de las canciones del álbum son cartas íntimas dirigidas a alguien que se ha
alejado de él emocionalmente. Son poemas introspectivos en donde Patrick se
desnuda, se quita la coraza y pone al descubierto su alma. Busca comprender al
otro al mismo tiempo que esa búsqueda le lleva a entenderse a sí mismo. Quererse
a uno mismo al tiempo en que se ama a otro ser, perdonarse y perdonar,
reconocer que somos frágiles, es tremendamente complicado y de eso trata este
álbum.
Este disco es un ser humano
que respira, que llora y necesita comprensión, que aprende de las experiencias
vividas, que añora y que se enamora, que muere y revive en cada nota, que ríe,
que acaricia y acompaña, en definitiva que vive, excesivo, egocéntrico y en
ocasiones, pocas, monótono, como el ser humano, porque lo único que nos queda
si no nos aceptamos a nosotros, seres imperfectos, es la nada.
Y así es, cada vez que escucho
este álbum siento lo mismo que sentí en el despacho desleído en mi memoria, que
por más que duela, que por más que la vida nos traiga felicidad o nos la
arrebate, todo, incluso los periodos de monotonía, todo es pasajero pero nos
pertenece, que lo que de verdad hace que el corazón se mueva es el alma y que
todo aquello que nos aceleró alguna vez pero no recordamos, no importa, porque
las cenizas que se lleva el viento son los momentos en los que no hemos tenido
la certeza de estar viviendo.
Y ahora, si habéis llegado
hasta aquí, escuchad Echoes mientras leéis la letra y entenderéis por qué os he
contado cómo me sentía en el momento en que llegó este álbum a mi vida y por
qué lo elegí para alimentar mi alma.
Batería
– Stuart Springthorpe*
Música,
letras, guitarra, voz – Patrick Walker
Poducido
por Michael Hahn y Patrick Walker
Discográfica:
Miskatonic Foundation
Arte
de portada – Matt Mahurin (Enchanted World: Tales of Terror (Time-Life Books,
1987))