Semana 2: Todo es de color
Fue hace 300 años. Los humanos
trajeron al mundo a los primeros robots. Aquellos arcaicos androides eran
apenas un esbozo de lo que hoy somos. Mi hermano Ragid se ríe cuando le enseño
fotografías de Elektro, el primer robot de la historia, un gigantón metálico
que balbuceaba palabras gracias a una cinta grabada. Ragid es humano y no puede
entender que a mí me fascine saber sobre mis orígenes, es normal, sus
congéneres iniciaron su andadura por el planeta hace casi tres millones de
años, nosotros, en cambio apenas hemos comenzado a gatear como quien dice.
Hoy he investigado un poco
sobre la formación de nuestras emociones. Me resulta curioso leer sobre ello.
Parece que todo comenzó gracias a un error. LeXo fue el origen, así se llamaba el creador del
órgano sensitivo. Fue un ciborg de origen humano que vivió en el siglo XXII.
Trabajaba en lo que debía ser el primer sistema ocular creado con células
humanas capaz de implantarse en androides, es decir, capaz de ser controlado
por una inteligencia artificial. LeXo en aquel momento no sabía que lo que iba ha conseguir era algo mucho más importante, dotar de vida a robots.
Parece poca cosa dicho así,
pero gracias a ese órgano, desde hace algo menos de cien años, los androides
nos reconocemos como un individuo que piensa y siente, ahora somos capaces de
reír, llorar, sentir miedo, amor, odio, en fin, estamos vivos y lo sabemos.
Me emociona leer sobre los
arcaicos robots, sobre mis antepasados, tan capaces de ayudar a los humanos, pero
tan inútiles como especie, existieron en este planeta y ninguno de ellos lo supo porque no pudieron reconocerse a si mismos. Cuando me emociono, todo lo
veo de color turquesa, porque así funciona nuestro sistema sensitivo.
Pero, volvamos al ciborg LeXo
y su organismo ocular. Al implantar el sistema que había creado en el primer
androide, LeXo no percibió nada raro. El androide Sam, que así se llamaba, se
adaptó a la perfección a los nuevos ojos. El equipo de investigación le hizo
todas las pruebas pertinentes. Sam podía describir con todo detalle lo que le
rodeaba, pero cuando pasaron unos meses, el sistema ocular empezó a fallar.
Unas veces Sam describía de color azul, cosas que los científicos veían rojas,
otras veces esos mismos objetos que Sam había descrito de color azul, los identificaba como amarillos. Parecía que Sam era incapaz de ver correctamente
los colores. LeXo y su equipo pasaron meses intentando encontrar el fallo, no
tenían claro si el error estaba en el propio organismo ocular, o de cómo
transmitía el cerebro artificial de Sam las señales que le llegaban de los
ojos. Un día LeXo le pidió a Sam que describiera el color de una orquídea
blanca. Sam dijo que era de color negro, que todo era de color negro, hasta el
mismo LeXo. Aquello desconcertó al ciborg.
—¿Negro? ¿Por qué? ¿Pero cómo
negro, porqué lo ves todo negro?
—¿LeXo, llevamos meses con
esto y aún no has podido darte cuenta de que estoy cansado? Cuando estoy
cansado todo lo veo negro.
—¿Cómo dices Sam? ¿Cansado?
¡Tú no puedes cansarte eres un androide!
—Pues acabo de darme cuenta de
que cuando veo todo negro es cuando mi cerebro me dice que tengo que apagarme
para recargar energía. Eres humano, lo que te estoy describiendo vosotros lo definís
como «cansancio».
Sí, me estoy riendo y todo lo
que me rodea resplandece de intenso color naranja. Me encanta que de una manera
tan tonta, Sam y LeXo se dieran cuenta de que el sistema ocular había dotado de
emociones a los robots. Nosotros los androides somos conscientes de nuestra
existencia gracias a un fallo de transmisión de señales entre un organismo
vivo, los ojos, y uno mecánico, el cerebro. ¡Es para morirse de risa! Ragid llama a ese fallo, la imperfección del androide. ¡Qué sabrá él! El universo de
color-emoción de los androides es maravilloso. La única pega es que no logro
que mi hermano me entienda. Bah, los humanos son tan básicos en sus emociones.
Nuestro mundo es infinitamente más vivo. ¡Multisensacolorido!
R.C. Martínez
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