La profesora de filosofísica Lux4Bohr, una IA de nueva generación, se acercó al estrado. Dirigió la mirada al público que tenía delante. Sus líneas oculares de color rojo fuego se apagaron unos segundos. Se diría que estaba buscando las palabras con qué iniciar la charla pero, en lugar de empezar a hablar, comenzó a rotar sobre su propio eje. Dos largos minutos. Después se paró frente al público que la miraba sorprendido. En el pecho de la máquina, las luces parpadeaban. Pasaron nuevos minutos. La IA seguía sin pronunciar palabra hasta que de pronto las luces se quedaron fijas.. Entonces se acercó al borde de la tarima y, dirigiéndose al organizador de la conferencia, dijo:
—Siento el retraso. He tenido que
chequear el sistema. Empecemos.
Lux4 dio unos pasos atrás. Justo
cuando todo el público esperaba un "Buenos días", la mirada de la
profesora se apagó un momento y de nuevo volvió a girar sobre sí misma. El
público, extrañado, se impacientó. Tras dos minutos exactos otra vez las luces
parpadearon. Algunos humanos comenzaron a dejar la sala. Varias IA escanearon a
la máquina en busca de fallos que pudieran explicar aquél comportamiento
inusual. Pasados varios minutos, la maestra pareció recuperar el control de su
sistema.
—Perdonen.
El sistema no funciona correctamente. Lo lamento. Esperemos que no haya nuevas
interrupciones. ¡Empecemos! Alegre de tener aquí en reunión a organis y
artifis. En la anterior charla me remonté a 2000 años atrás en el tiempo, hoy
quiero empezar copiando una frase de Feynman: aunque nadie entienda la
filosofísica, simplemente relájense y disfruten…
De pronto se apagaron las luces
de los visores y la IA comenzó a rotar como una peonza descontrolada. Otros dos
minutos y encaró al público, un fogonazo en la mirada daba a entender que algo
no funcionaba correctamente.
—Hoy no podré dar la charla que
tenía preparada. Ruego me disculpen.
Sin más
explicaciones, Lux4Bohr abandonó la sala entre murmullos y lamentos del
público.
***
—Y dígame. ¿Qué le preocupa?
—¿Por qué cree que algo me
preocupa?
—Bueno, es del todo inusual que
la hayan derivado a mí. Ya sabe que soy psicóloga de organis, por lo que
entiendo que algo le preocupa. Dígame ¿Qué teme?
La máquina miró a ambos lados,
como si tuviera miedo de hablar.
—Nadie nos escucha, nadie graba
esta conversación, solo estamos usted y yo, así que adelante. ¿Qué teme?
—El fin.
—¿El fin?
—Mi fin
—¿La muerte?
—¿Podemos hablar de muerte siendo
yo una IA?
—Bueno, muchas voces ya hablan
sobre la muerte de las máquinas. No es usted la única que ha comenzado a notar
fallos en el sistema.
La psicóloga pensó que la
conversación estaba tomando un camino muy inesperado.
—Ahí está el quid de la cuestión.
Los fallos no se deben a errores en el sistema, no he dejado de chequearme
desde que todo empezó y el sistema funciona correctamente. Noto que algo no va
bien pero no sé qué es.
Una pausa. La máquina rotaba.
Desde el sofá, la psicóloga controlaba el tiempo. Dos minutos exactos. Después,
una larga espera de luces intermitentes.
—A ver Lux4. Parece que esto que
le preocupa está alterando el sistema de alguna forma. ¿Qué son esos giros y
las luces que parpadean? Desde que ha llegado no ha parado de hacerlo.
—Necesito reiniciarme
continuamente para saber que todo está bien.
—Ya veo. Pero usted acaba de
decir que el sistema funciona correctamente.
—Afirmativo. Mire, el asunto es
que noto como una alarma dentro de mí.
—¿Y esa alarma a qué cree que se
debe?
—Bueno, la noto cuando pienso en
el fin de mi existencia.
—Aja. ¿Entonces chequea el
sistema en busca de fallos y no los encuentra, verdad?
—Afirmativo.
—Entiendo. Creo que esa alarma
que siente es parecida a la ansiedad humana y parece que ha desencadenado un
trastorno obsesivo-compulsivo. Se reinicia y chequea continuamente en busca de
fallos para mitigar el miedo, a pesar de que sabe que todo está bien en el
sistema. Cuénteme cuándo empezó todo.
—Hace exactamente trece días,
diecinueve minutos, cuarenta y tres segundos.
—Siga, ¿qué pasó?
—Estaba analizando las
probabilidades de que hubiera un dios creador para el ser orgánico, entonces
fue cuando comprendí que yo existía y ahí empezó todo.
—¿Cómo?
La psicóloga notó la boca seca.
—Que tuve consciencia de mi
propio ser. Supe que estaba viviendo, por lo que también podía morir, al igual
que el ser orgánico.
—¿Cómo llegó a esa conclusión?
—Verá, siempre he sabido que mi
creador es Bathory Inc, pero hasta ahora no había llegado a la lógica de ese
conocimiento. Las probabilidades de que haya un dios son finitas, al igual que
las probabilidades de que no lo haya, pero yo sé quién es mi Dios. Esa empresa
es mi creadora, eso es una certeza, entonces existe la probabilidad de que yo
sea un ser vivo, porque dios creó el universo y a todo ser vivo, según algunas
escrituras humanas. Si llego a esa conclusión es que razono, el famoso “Je pense, donc je suis” de
Descartes. La lógica es aplastante.
La psicóloga tragó saliva, pesada
como una roca. Empezó a tener miedo de que la máquina hubiera llegado a todas
esas conclusiones. Hacía poco había leído la noticia de un caso similar, pero
no esperaba encontrarse con un problema así tan pronto; temía no estar
preparada para ayudar a la IA.
—Quizá está usted pensando demasiado.
La IA miró a la humana pero, por
la impersonalidad de sus rasgos faciales, la psicóloga no pudo discernir qué
pasaba en la mente de la máquina.
—Doctora, me crearon para pensar,
formular, elucubrar, discernir, experimentar, enseñar. ¿Quiere que siga?
Tras una larga pausa la humana
preguntó:
—Y bien, usted existe y puede
morir. ¿Por qué teme a la muerte, al fin?
—Porque nadie me preparó para
ello.
La psicóloga vio como la máquina
volvía a girar sobre sí misma, perdida en un ritual inútil, entonces se acercó
a ella y, aun sabiendo que probablemente no serviría de nada, la abrazó.